jueves, diciembre 5, 2024
Entrevistas

De nuevo el fantasma de la anorexia

“ De nuevo el fantasma de la anorexia”

El fantasma de la anorexia sobrevuela otra vez la 45ª edición de Cibeles. Un prestigioso hospital de Londres analiza la enfermedad por dentro.

Patricia Ortega Dolz- Londres- 11/02/2007

Querida Anorexia, gracias por ser tan buena amiga. Siempre estás ahí cuando te necesito, puedo fiarme totalmente de ti y sé que estás a mi lado en cada situación… Teniéndote en mi vida tengo control sobre todo. No me tengo que preocupar de nada -nada me puede tocar mientras estés conmigo-, me proporcionas un sentimiento de logro. No todo el mundo puede tener la fuerza de voluntad para permitirse una amiga como tú. Tienes la habilidad de hacerme sentir poderosa, única y especial… Siendo amigas me siento segura y a salvo y no tengo que hacerme responsable de mi vida… pensar en la vida sin ti me asusta. Si no te tuviera como amiga dejarías un gran agujero negro. Amor. S».

¿Qué pasa en esa cabecita? Esa es la cuestión, que diría el Hamlet de Shakespeare. Se trata de una de las miles de cartas que escriben (como parte de su terapia) las chicas tratadas en el Maudsley Hospital de Londres, un hospital puntero en el mundo en el tratamiento y la investigación de los trastornos de la conducta alimentaria.

Se encuentra dentro de la red de la Seguridad Social y abarca a toda la población del Sur de la capital inglesa. Logra atender a 500 adolescentes y adultas al año. Aunque otras tantas, como mínimo, están en lista de espera. Sin embargo, desde allí se gestiona y coordina todo un sistema de atención a personas con trastornos alimentarios que abarca tres centros: uno de ingreso donde las chicas permanecen internadas en régimen de semilibertad, otro de día y un centro ambulatorio.

«¿Qué pasa en esa cabecita?», repite Janet Treasure, Catedrática de Psiquiatría y a la cabeza de toda esa organización hospitalaria. «Normalmente, muchas cosas, ya que la anorexia es una enfermedad multifactorial con componentes genéticos, biológicos, psicológicos y sociales. Lo que tratamos de buscar es el detonante para afrontar mejor el tratamiento. Además de las predisposiciones biogenéticas y de los factores de riesgo, la anorexia es la consecuencia de algo, de un momento de desbordamiento emocional, de una sensación de pérdida de control sobre algo en un momento de la vida de la paciente. Y, paradójicamente, la enfermedad acaba siendo su manera o su herramienta para sentir que mantiene el control sobre su vida», explica.

«De pronto, a los 15 años me cambiaron de colegio. Era un centro con un sistema educativo distinto y pasé de ser la primera de la clase a ser de las últimas, de hacerlo todo perfecto a suspender». Violeta tiene ahora 30 años y sitúa en ese momento de su vida el origen de su anorexia. «Dejé de controlar mi vida y lo único que podía controlar era mi cuerpo y, encima, al principio tenía éxito: «qué guapa», «qué delgada» y esas cosas que dice la gente… Pero al final, pese al apoyo de mis padres, estaba totalmente aislada y sola. Hasta tercero de Biológicas y gracias a dos amigas no descubrí que el mundo podía ser otra cosa y empecé a ponerme bien», cuenta. Sin dejar de añadir: «Nunca voy a estar curada del todo. Todavía si estoy de bajón me da por verme gorda: conecto el chip. Es como si tuviera automatizada esa manera de solucionar mis problemas».

«Cada vez sabemos más cosas acerca de cómo funcionan las mentes de nuestras pacientes, como por ejemplo que tienden a fijarse en los detalles desligándolos del contexto, del lugar en el que están integrados. Este tipo de análisis nos ayuda a mejorar los tratamientos», comenta en los escasos minutos que tiene libres Janet Treasure, investigadora veterana de estos temas que no se cansa de ensayar nuevas posibilidades y análisis.

Parte de su gran éxito, acreditado en los más de 20 folios de importantes publicaciones que incluye su currículum, radica en que sus propias pacientes son invitadas a colaborar en sus investigaciones con el fin de mejorar la asistencia del servicio. Y, en la mayoría de los casos, acceden.

En estos momentos realiza una interesante investigación genética de escala internacional con dos pacientes gemelas con anorexia. Aún no hay resultados.

En España, donde se calcula que el 4% de las adolescentes padece un trastorno de la conducta alimentaria, la mayoría de las pacientes son derivadas a las unidades de psiquiatría de los hospitales, junto con los pacientes con depresión severa y psicosis. «A diferencia de Londres, el único lugar en el que hay una atención más especializada es en el Hospital de Ciudad Real. Y salirte del sistema público puede suponer entre 6.000 y 8.000 euros al mes», dice Mari Carmen González, presidenta de ADANER, una asociación para el tratamiento de la Anorexia y la Bulimia. Sólo el Maudsley Hospital cuenta con nueve psicólogos con diferentes estrategias de tratamiento.

Estas cartas muestran algunos de los rasgos característicos de la enfermedad. La anorexia les ayuda a no sentir («…nada me puede tocar mientras estés conmigo…»), a evitar el sufrimiento que ocasiona la sensación de descontrol en personas que además se suelen caracterizar por ser exigentes y perfeccionistas. Por eso se convierte en su aliada («…Gracias por ser tan buena amiga. Siempre estás ahí cuando te necesito…»). Es una manera de bloquear las emociones que no saben gestionar. Por eso es una tontería decirles «come y te arreglas». No, porque la anorexia es la consecuencia, la excusa para evitar algo, la perversa herramienta para sentir que no han perdido el control de la situación. Su instrumento. De ahí que digan que les da seguridad («…Siendo amigas me siento segura y a salvo…»), comenta la doctora Ana Rosa Sepúlveda, una psicóloga investigadora española que forma parte de equipo de Treasure con una beca de investigación MEC/Fullbright.

«Hay que averiguar qué función tiene el trastorno alimentario en su vida. Normalmente, lo entienden como una superación, porque conseguir dominar el alimento hasta el punto de no necesitarlo implica estar muy por encima de las necesidades de la mayoría. De ahí que hablen de esa sensación de logro (‘…me proporcionas un sentimiento de logro…’)», explica Michael Rooney, psicólogo coordinador de la Unidad de TCA en el Maudsley Hospital.

Carolina López, otra joven psicóloga clínica de origen chileno, investiga el aspecto cognitivo de las enfermas. Concretamente lo que se llama «coherencia central», que tiene que ver con la capacidad de integrar la información en el contexto frente al conocimiento local o de detalle. Para ello está profundizando en una línea que se apuntó hace pocos años en Noruega, donde se hizo un estudio longitudinal de 10 años con 51 personas con anorexia nerviosa y se concluyó que su perfil cognitivo se parecía mucho al de las personas con autismo (buen procesamiento de detalle y dificultades para el pensamiento global). Por esa razón aplica a sus pacientes una serie de pruebas que antes sólo se utilizaban en autistas.Las personas con anorexia nerviosa, al igual que las que sufren autismo, suelen tener la tendencia espontánea de procesar la información en detalles y menos de forma integrada.

«Eso podría explicar la tendencia al perfeccionismo, la fijación con determinadas partes del cuerpo, la obsesión con algunos alimentos o con ciertos aspectos nutricionales como las calorías», explica López.

Uno de las pruebas que realiza en su estudio para analizar el proceso cognitivo consiste en mostrarle un dibujo geométrico relativamente complejo a la paciente durante unos minutos y, a continuación, pedirle que reproduzca lo que sea capaz de recordar. Casi todas las pacientes comienzan por un detalle y sobre él intentan construir el dibujo completo, en lugar de dibujar primero la figura general y luego entrar en las líneas de detalle. Otra prueba consiste en mostrarles una imagen con doble sentido, que según se mire puede ser dos cosas. Por regla general, sólo ven una.

«El salto del conocimiento de detalle al conocimiento integrado, propio de los adultos, se produce en la adolescencia, precisamente la etapa en la que la mayor parte de las pacientes desarrollan la enfermedad. El individuo entra en estado de estrés y cualquier cosa puede producir una alteración que interfiera en el desarrollo cognitivo normal», agrega esta psicóloga.

La parte del tratamiento consiste en mostrarles cómo afecta esta manera de entender o de percibir el mundo a su manera de vivir, es una forma de hacerlas conscientes de sus vicios mentales, de que descubran su proceso cognitivo para que se entiendan mejor, lo dominen e intenten esforzarse en hacerse otro tipo de planteamientos que las ayuden a vivir mejor. Se llama terapia de «remediación cognitiva» e inicialmente fue utilizada con pacientes que sufrían esquizofrenia y, ahora, ha sido adaptada para personas con trastornos de la conducta alimentaria.

La ventaja de esta fórmula de test de cara a las pacientes es que no tiene nada que ver con emociones, algo que les cuesta muchísimo expresar porque ellas mismas las reprimen. «Intentan inhibirlas hasta el punto de ser casi impermeables. Por eso esta fórmula les resulta distinta y hasta divertida. No tienen que volver a contar el rollo de la relación que tienen con la comida, o con sus padres o con su vida (la mayoría de ellas ha pasado ya por más de un psicólogo), ni a mentir (otra de sus mejores cualidades). Basta con que hagan los ejercicios que, dado su carácter mercadamente metódico, es algo con lo que se sienten cómodas», señala López.

– ¿Lo he hecho bien? ¿qué significan esos resultados?, pregunta una joven de 20 años después de hacer la retahíla de pruebas en la consulta.

-Aquí no hay ni bueno ni malo. Estamos analizando cómo piensas. Luego, contigo, analizaremos cómo se relaciona con tu vida. Y, si concluimos que esa manera de enfocar no favorece a tu vida, ensayaremos otras estrategias, le explica López, que a continuación desarrolla el significado de cada prueba.

La chica se ríe, sale contenta y añade que se lo ha pasado bien. Desde ese momento, es consciente de qué es lo que se tiene que trabajar y por qué. Los primeros cambios a veces empiezan por cosas tan sencillas como cambiar de ropa (suelen repetir su indumentaria), cambiar los programas de televisión que ven…y, poco a poco, descubrirles y que descubran que hay otras maneras de vivir.

«Es importante sacarlas antes de los tres años de enfermedad, porque después hay que luchar también contra un sistema biológico trastornado. Por ejemplo, la interrupción de la menstruación es algo que genera multitud de desarreglos de todo tipo, altera profundamente su sistema hormonal», comenta Sepúlveda. «Otro aspecto importante es hacerlas responsables. Tienen que asumir su responsabilidad para que curarse sea también su éxito. De hecho, una de las cosas que se enseña a los familiares en los talleres es a no ser sobreprotectores. No se trata de aleccionarlas ni de culpabilizarlas sino de hacerlas conscientes de su realidad, la que no ven. Por eso aquí, las enfermeras, que son las que más tiempo pasan con ellas en el proceso hospitalario, están instruidas en psicología».

«Se sienten fatal. No desean nada. Su manera de ver el mundo es muy maniquea: todo está muy bien o muy mal. No saben cómo pedir ayuda», comenta Gill Todd, enfermera jefe en trastornos alimentarios. «A veces reclaman toda tu atención y otras se encierran en su prisión. Mi trabajo consiste en ganarme su confianza para ayudarlas a expresar sus emociones y esquivar su tendencia a hablar de comida».

El último proyecto piloto ya en marcha en el Maudsley Hospital se centra en las familias de las pacientes. Ha surgido a raíz de una evidencia: las pacientes salían bien del hospital y recaían, en muchos casos, al volver a sus casas. Con lo que el problema persistía y podía llegar a cronificarse. Así que se ha planificado una intervención que intenta «entrenar» a los padres y familiares que desean aprender cómo tratar a sus enfermas. El resultado es talleres nocturnos semanales. Padres, madres, hermanos, novios… plantean sus dudas sobre como actuar ante las reacciones de sus hijas, hermanas o novias enfermas. Los resultados están siendo muy prometedores y la finalidad de todos estos tratamientos es que las pacientes se vayan escribiendo otra carta:                                                                    

                                                                

«Esta carta es muy difícil de escribir. Has sido una amiga tan íntima que es difícil dirigirme a ti como enemiga. Hemos estado juntas más tiempo de lo que pensaba y ahora me he dado cuenta de que me estás destruyendo. Me hiciste sentir poderosa y en control, pero sólo cuando era demasiado tarde me di cuenta de que eras tú la que tenías siempre el control y aún no quieres dejarme ir. Estas últimas semanas he sido capaz de reducir tu poder aunque no mucho, y cuando tengo un día malo apareces de repente… Algunos días no podía encontrar las fuerzas para salir de la cama o vestirme. Me hiciste quedar dormida y perder clase hasta que estaba muy por detrás… y cuando iba no podía concentrarme porque tú ocupabas cada pensamiento… y cuando logré por fin escuchar me hiciste olvidar enseguida… tu presencia en mi vida me da dedos y labios fríos y azules, palpitaciones y ha parado mis periodos. Me has llevado también a aislarme, impidiéndome salir, obligándome a dejar la universidad, dañar a los que quiero y destruido mi confianza y autoestima, al igual que me recuerdas continuamente lo grande y descontrolada que estoy. Me haces sentir asquerosa y odiar mi apariencia… En otras palabras, no me dejas vivir mi vida, me haces temer el futuro y me hablas de la seguridad que proporcionas. Sé que ya no puedo tenerte como amiga. Eres la amiga más peligrosa que jamás he tenido«.

abucaman

Asociación de familiares y enfermos de los trastornos de la conducta alimentaria "San José" de Castilla la Mancha.